Que Messi y Jordi Alba se entienden como nadie es un hecho irrefutable. Entre ambos, han conseguido un nivel de conexión sobre el terreno de juego que ha transformado el juego del Barcelona a lo que es hoy día.
Se ha perdido algo de preciosismo, se ha ganado en solidez y también se ha ganado en efectividad. Porque cuando Messi vuelca el juego hacia la izquierda, da la sensación de que va a pasar algo.
El segundo gol ante el Celta generó la sensación de deja vú, de ser algo que ya se había visto antes en otros partidos. El 2-3 en el Bernabéu ante el Real Madrid, el 1-0 ante el Atlético de hace un par de temporadas. Incluso el 2-1 ante el propio Celta de hace unos meses.
Entre los dos han generado un prototipo de gol que se repite con bastante frecuencia y que los rivales no terminan de encontrar la forma de parar. Porque si el juego está en la derecha, Alba sorprende por la izquierda. Y si cae sobre la izquierda, tiene la calidad suficiente para romper líneas con la misma facilidad con la que Messi da un pase.
La jugada es clara y sencilla. Messi rompe una línea con un pase filtrado para Alba, este la devuelve de primeras para la incorporación del argentino, que remata a placer y con toda la portería para él. Y así una y otra vez... Una jugada que no deja de repetirse y que siempre tiene a los mismos protagonistas. A veces añade a un tercero, pero Alba y Messi siempre comparecen.
Entre los dos fabrican una jugada tan sencilla como única. Fácil de imitar, pero con el sello característico de este Barcelona.