La playa de O Vao es uno de los rincones que enamora en Vigo. A aquel Celta glorioso de finales de los 90 y principios de milenio le cautivó. Algunos privilegiados se hicieron con casa allí, otros frecuentaron el barrio costero cuanto pudieron. Y surgió una química que el Coruxo intentó aprovechar.
Y lo consiguió, de qué manera. Everton Giovanella no dudó en irse con ellos a jugar en Tercera División. Su dura sanción de dos años por dopaje le dejó desubicado en el fútbol. El Celta no lo quiso para Segunda y él priorizó no marcharse Vigo. El acomodo en el modesto conjunto fue la solución.
Y acabó retirándose allí, vestido de verde y siendo el tótem de un equipo de bajo presupuesto y gran rendimiento.
Con ellos volvió a sentirse futbolista. Y como la experiencia marchó bien, el Coruxo lo intentó también con Valery Karpin, que a sus 38 años aún estaba físicamente para seguir corriendo tras la bola. No le terminó de picar la motivación al ruso, que estuvo varios días de negociaciones con ellos y llegó a ejercitarse de prueba.
El mismo destino que otro histórico de los celestes, Gustavo López. El argentino, bendita zurda la suya, también probó a asomarse a algunos entrenamientos con ellos, aunque todo quedó en un fugaz sueño.
Gustavo Falque, el presidente que habló con todos ellos, también se llevó el gato al agua con Yago, menos mediático pero también con su bagaje en Balaídos.
Llegó para reforzar el proyecto de Segunda B y, viendo lo que ha ocurrido en los últimos años, no se descarta que no sea el último. Igual el Coruxo aprovecha el partido amistoso para ir buscando su nueva presa.