La Fiorentina lo ha sufrido en sus carnes. Esa mezcla de buen hacer, talento y la habitual puntita de suerte que hace de este Real Madrid un equipo eficaz como pocos.
El partido comenzó como se esperaba, muy abierto, con ocasiones para ambos, pero poco tardó la Fiorentina en aprovecharse de la pasividad defensiva del rival.
Porque eso es lo único que se puede criticar a este Madrid, la repetición de los vicios pasados. Eso de salir al partido descentrado y empezar con resultado adverso.
Le ha ocurrido hoy otra vez, aunque es perdonable al ser un amistoso que el rival jugaba con la misma mentalidad. Veretout se aprovechó de que nadie le entró en la frontal para batir con un tiro ajustado al palo a Casilla.
La alegría de la Fiorentina duró poco, los tres minutos que tardó el Madrid en salir de nuevo al ataque como una locomotora. Recibió Asensio en tres cuartos de cancha, avanzó, vio a Cristiano y le asistió.
Podía haber tirado, pero prefirió darle balones al hoy capitán (en la segunda parte). Este partido era para su lucimiento. Y Cristiano sorprendió, porque no tiró (apenas tenía ángulo), sino que pasó al interior del área pequeña y Mayoral la empujó a puerta vacía.
Entonces comenzó un intenso monólogo blanco que no terminó hasta la segunda parte. Entre medias, un larguerazo de Astori y el gol de Cristiano. Un gol clásico, como el que le vimos en la Supercopa.
El tiro al palo demostró que la fortuna siempre acompaña a los de blanco. Córner que remató completamente solo el capitán de la Fiore, de chilena. El disparo, violento, impactó en el larguero, rebotó hacia Kiko Casilla, le pegó en el hombro y en vez de colarse en su portería salió hacia otro lado.
El gol de Cristiano fue el que está ensayando en los entrenamientos para que a la hora de la verdad le salga. Internada por la esquina del área, quiebro, otro, el defensa deja hueco, zapatazo y gol por el palo largo.
Tras el descanso, la Fiorentina fue otra. Literalmente. El conjunto italiano cambió a los once titulares, y con esa frescura volvió a hablar de tú a tú al Madrid. Un Madrid que cambió a los centrales y al portero.
De hecho, fue ése, el del portero, un cambio vital, que le pudo haber salido caro a Zidane. Metió a su hijo, y tuvo dos acciones en las que el rumor que dice que está donde está por ser hijo de quien es cobró mucha fuerza.
Un centro al área. Luca salió de puños. Salió a por uvas. Ni tocó el balón, y éste pegó en Carlos Sánchez. Sólo porque el colombiano vio que el portero blanco salía decidido no hizo ademán de rematar, y se salvó el Madrid.
La segunda, otro centro, éste a media altura, al punto de penalti. Salió de nuevo Luca, valiente. La agarró, pero se le escurrió. Esta vez la Fiorentina estaba atenta, pero el buen repliegue de los centrales blancos evitó el escarnio de Luca, aunque coqueteó con el penalti.
No hubo mucho más. Un último arreón blanco que puso contra las cuerdas al rival, con un buen disparo de Isco que sacó Dragowski, y cuyo rechace Cristiano estrelló en el palo, pero el marcador no se movería más. A Zidane le funcionan todos los planes.