En un partido digno de otra época, Betis y Valencia homenajearon al fútbol y removieron los sentimientos de todo aquel que sienta algo por este maravilloso deporte. El laberinto de sensaciones que se vivió en un estadio enamorado de su equipo fue un regalo para todos los que pagaron la entrada o encendieron el televisor. Porque la romántica idea de Setién chocó de pleno con el pragmatismo de Marcelino. Y hasta el minuto 78 reinó la solvencia sobre el verde del Villamarín.
Las ganas y las buenas intenciones del Betis se quedaron en nada ante el martillo pilón que ha conformado este Valencia. Parejo estaba como en una cabalgata y repartió asistencias como el que da caramelos. Cada balón parado que merodeaba el área de Adán era un punto que saltaba en las heridas del Betis con la estrategia. Primero Kondogbia y después Rodrigo. Ambos, sin mucha oposición.
Entre medias, un latigazo escandaloso de Guedes para silenciar el siempre ruidoso Villamarín. El portugués la recogió en la frontal y la puso en la escuadra con toda la intención del mundo. Adán, que acababa de firmar un paradón sólo pudo mirar resignado. El Valencia sacaba músculo y desplegaba las variantes de un fútbol que apuesta por el orden, pero que es letal si se desordena. Soler, Zaza, Rodrigo, Parejo, Guedes... y lo que aguardaba en el banquillo. Santi Mina se reinvindicó con otro golito en la enésima contra que cazaron los visitantes.
El Betis no se amilanó nunca. Porque Setién ha conseguido integrarlo rápido en el ADN de este vestuario y porque con esa afición parece imposible rendirse. Si el 'manquepierda' tuviera que explicarse, el partido de hoy serviría a la perfección. El beticismo se mama y la derrota sólo arraigó un poco más la idea de que el verdiblanco es una forma de vida. Y como en la vida, uno sufre, sueña, se cae y se levanta. A veces pierde y otras gana.
Tocó perder porque al Valencia se le ha puesto una cara de aspirante que no puede con ella. El trabajo de Marcelino no ha tardado nada en consagrarse y el equipo es una maquinaria engrasada y con el hambre de varios años acumulada. Ya son segundos y soplando en el cogote del Barcelona.
Plantarse con 0-4 en el Villamarín no está alcance de muchos. Sobre todo con este Betis de Setién. Pudo cambiar la película con el penalti de Sergio León, pero Neto retomó el espíritu de Diego Alves y el parapenaltis de la Liga sigue estando en Valencia. Mientras el Betis coqueteaba con el gol, el Valencia hacía cambios para oxigenar y repartir minutos.
Y el Villamarín tornó en un bendito manicomio
Y de repente todo cambió. Un simple error de Parejo despertó algo en el Villamarín. Campbell, que redebutaba de verdiblanco, lo aprovechó para marcar en su primer balón. Y el costarricense se propuso lo imposible, remontar el partido. Un minuto después estaba dejando mano a mano con Neto a Sanabria para que el paraguayo estirara su idilio con el gol.
El Villamarín echaba fuego y el Valencia no era capaz de leer lo que estaba pasando. Tello apareció por el segundo palo para hacer el 3-4 con esa definición de interior que le encumbró en el Barcelona. En seis minutos el partido había resucitado y el Betis era un dragón inflamado por su público. Asustó Camarasa, pero el riesgo de la machada tenía un precio que se acabó por pagar.
Zaza, en la última carrera que le quedaba puso el 3-5. El estadio cantó más alto que nunca a sus jugadores, a los que aplaudió también después de que Pereira firmara otro golazo en el descuento para certificar un histórico e inolvidable 3-6. La grada se levantó para ovacionar a los 22 'locos' que habían regalado semejante oda al fútbol ofensivo que terminó en bacanal valencianista como anécdota.